1. EL MATRIMONIO ¿Camino a la santidad?. (Matrimonio camino de santificación)




Por: Raúl Espinoza Aguilera | Fuente: Yo influyo


Antiguamente se consideraba que la santidad cristiana era una tarea exclusiva de los religiosos, sacerdotes, misioneros y, en general, de las almas consagradas a Dios. Se pensaba que, para lograr ese objetivo, había que segregarse del mundo e irse, por ejemplo, a un apartado convento o a un lugar de total retiro, lejos del ruido y de la agitación propia de las ciudades.

Pero el 2 de octubre de 1928, San Josemaría Escrivá de Balaguer vio –con luces sobrenaturales– que el Señor le pedía fundara el Opus Dei (del latín, la Obra de Dios), en la que se proclamara que todos los fieles están llamados a la santidad y al apostolado: casados, viudos, solteros. Y de cualquier profesión u oficio y condición social: comunicadoras, médicos, catedráticas, ingenieros, amas de casa, intelectuales, artistas, artesanos, vendedores, taxistas...

Dicho en otras palabras, que por el sólo hecho de estar bautizados, todos los fieles laicos podían aspirar a la plenitud de la vida cristiana en medio de sus quehaceres cotidianos honrados y sintiéndose metidos en la entraña del mundo, como un ciudadano más que se esfuerza, día con día:
* Por sacar adelante sus deberes familiares.
* En desempeñar con eficacia y prestigio su trabajo.
* Y tener una activa participación en la sociedad, para recristianizarla.

En esa fecha fundacional, San Josemaría comprendió que, también, los casados están llamados a ser santos. El cónyuge, los hijos y el hogar se convertirían, con esta nueva perspectiva, en el camino de encuentro con Cristo y, junto con su profesión, la familia sería el medio para santificarse y servir con generosidad y cariño a sus seres queridos.
Por eso, afirmaba que el matrimonio es realmente una vocación. Años después, esta doctrina fue confirmada solemnemente por el Concilio Vaticano II y por numerosos documentos del Magisterio de la Iglesia.

En 1959, San Josemaría Escrivá de Balaguer comentaba: “Llevo más de treinta años tratando de meter en el alma de tantas gentes el sentido vocacional del matrimonio; y enseñando –esto no lo digo yo, lo ha definido la Iglesia– que la virginidad, y también la castidad perfecta, es superior al matrimonio, y hemos exaltado el matrimonio hasta hacer de él una vocación.
“¡Qué ojos llenos de luz he visto más de una vez cuando, creyendo –ellos y ellas– incompatibles en su vida la entrega y un amor noble y limpio, me oían decir que el matrimonio es un camino divino en la tierra! (El Matrimonio y la Familia, p. 26).

En este mismo sentido, en su libro Es Cristo que pasa, San Josemaría señala: “La vida familiar, las relaciones conyugales, el cuidado y la educación de los hijos, el esfuerzo por sacar económicamente adelante a la familia y por asegurarla y mejorarla, el trato con las otras personas que constituyen la comunidad social; todo eso son situaciones humanas y corrientes que los esposos cristianos deben de sobrenaturalizar” (No. 23

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