1. EL MATRIMONIO CAMINO DE SANTIDAD. (Matrimonio camino de Santificación)










Es sabido que la Iglesia Católica entiende por sacramento un signo sensible que significa y produce la gracia en el alma, en virtud de la institución por Cristo. Los sacramentos producen la gracia, es decir la vida divina. Los sacramentos son instrumentos de vida divina, los instrumentos de vida divina por excelencia, porque Cristo mismo los ha instituido y los ha establecido como medios por los cuales desarrollamos la vida divina en nosotros. Son estructuras santificantes que sumergen nuestra vida en la de Dios. Y el matrimonio es un sacramento.

Decir que el matrimonio es un sacramento es, pues, decir, que es un instrumento de vida divina, de gracia, de santidad; que es fundamentalmente eso antes que otra cosa, porque este carácter de instrumento de vida divina tiene una importancia tal que supera toda otra. Instrumento de vida divina quiere decir medio de santidad. El matrimonio es por tanto, esencialmente, por ser sacramento, un medio de santificación. Todos los demás elementos de amor satisfecho, de institución social, de base de la familia, se hacen secundarios. No es que dejen de existir, pero dejan de ser lo principal en la unión conyugal. Por ser sacramento -vuelvo a repetir-, instrumento de santidad y de vida divina, este aspecto absorbe a todos los demás.

En este sentido, la Iglesia tiene derecho a legislar sobre el matrimonio, porque es un acto divino. Por supuesto, que la Iglesia deja al estado sus legítimos derechos en cuanto a los efectos sociales que tiene naturalmente unidos el matrimonio.

INSTITUCION NATURAL

El matrimonio es una institución natural. Es decir, existe fuera de la religión cristiana y hasta fuera de toda religión. Está inscrito y regido por la misma naturaleza del hombre. La Iglesia no ha creado el matrimonio y ni siquiera ha pretendido transformarlo. Los paganos se casaban según las reglas en uso en la sociedad, y cuando los paganos casados se convertían al cristianismo, casados quedaban. La Iglesia reconocía la validez de este casamiento natural. El no-cristiano se casa sin recibir el sacramento, y cuando se convierte, permanece casado; el matrimonio natural se hace sacramento.

El matrimonio de los cristianos es, pues, el de los paganos. Es el matrimonio a secas, que entre los cristianos llega a ser un sacramento. Imposible para el cristiano casarse sin recibir el sacramento; pero, al mismo tiempo, este matrimonio, que es sacramento para él, es la institución natural que se encuentra en toda la humanidad, unión perpetua entre el hombre y la mujer, con vistas a fundar un hogar. El matrimonio cristiano es la institución natural del matrimonio, y al mismo tiempo ya no lo es, porque ha llegado a ser sacramento, instrumento de vida divina. El sacramento es la institución natural divinizada.

Esto confiere al matrimonio un lugar especialísimo entre los sacramentos. Los demás sacramentos han sido creados en todas sus partes por Cristo con el fin de conferir la gracia; no existen más que en función de la vida cristiana, en función de la inserción del cristiano en la Iglesia. Al afirmar que el sacramento del matrimonio es la divinización de la institución natural del matrimonio, corremos sin embargo con el peligro de caer en un equívoco: confundir el sacramento con una bendición o consagración que se añade a lo que es natural. No. No es en virtud de una bendición o consagración por lo que se obra el sacramento. Los cónyuges son los ministros de este sacramento; el sacerdote, es sólo un testigo cualificado. El matrimonio cristiano consiste como el matrimonio de los no cristianos en el intercambio de los consentimientos, pero para el cristiano es un sacramento.

Como el matrimonio, institución natural, institución social, es de tanta importancia humana porque se halla en la base de toda la sociedad, es fundamento de la familia, origen de los lazos más íntimos y estables, con todas las consecuencias que estos lazos llevan consigo: solidaridad de orden social, solidaridad económica, lazos de la sangre y afectos que de ellos se derivan, resulta que hay que estar cerca de Dios para percibir la importancia dominante del carácter sacramental sobre todos los intereses y todos los sentimientos humanos.

Como, por lo demás, el matrimonio es el estado habitual de los hombres, y como tantos cristianos son cristianos mediocres, el sentido del sacramento no se desarrolla en muchos plenamente, ni siquiera se llega a entender. Al mirar los aspectos humanos del matrimonio, puede no hacerse una referencia a la vida cristiana, y el sacramento puede aparecer como una añadidura del matrimonio, una especial bendición, una ayuda divina todo lo más, sin caer en la cuenta que el sacramento no se añade al matrimonio, sino que el matrimonio es un sacramento, es decir un instrumento de santidad.

Y este carácter sobrenatural del matrimonio lo es como es sobrenatural el carácter del sacerdocio o de la Eucaristía, que son también sacramentos. Parece que no hacen falta aspiraciones religiosas especiales para casarse, pero que sí se necesitan para ser sacerdote o para la recibir la Comunión. Y esto es una desviación chocante. Y muchas personas reciben -y lo reciben, por la naturaleza operante del sacramento- el sacramento del matrimonio con miras puramente humanas como si se tratase exclusivamente de la institución natural. Por eso se oye hablar de casarse por la Iglesia, como una etiqueta: y reciben esa vida sobrenatural, podríamos decir que casi sin darse cuenta. Luego les parecerá muy fuerte escuchar que el matrimonio es un camino de santidad, o al menos pensarán que es una expresión metafórica, cuando denomina de una manera real y clara lo que es la esencia del matrimonio cristiano.

San Pablo presenta la unión conyugal como la imagen de la unión de Cristo con su Iglesia. "Por esto dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su mujer, y serán dos en una carne" Gran misterio es éste, pero en Cristo y en su Iglesia.

La vida sobrenatural no está limitada en la Iglesia a un pequeño grupo de cristianos fervorosos se halla repartida por todo el cuerpo de Cristo. La vida sobrenatural, que es divina, es la vida de todos los cristianos nos es dada en primer lugar por el Bautismo, y la vida es una vocación de santidad. No todos los cristianos, sino sólo unos pocos, están llamados al celibato. La Iglesia tiene necesidad de esposos y de familias. Los esposos desempeñan, pues, en la Iglesia, un papel personal y activo; están llamados en el marco de su vocación de esposos a realizar la santidad. El carácter sacramental del matrimonio proporciona así la confirmación de esta vocación de santidad de todo cristiano, al mismo tiempo que muestra cómo obra la acción divina sobre el alma de los esposos para elevarlos a la santidad. El matrimonio como remedio de la concupiscencia… ¡Qué reducción! El matrimonio es una vía de santidad, y muy particular porque es un sacramento. El matrimonio no es, para el cristiano, una simple institución social -dice el Fundador del Opus Dei-, ni mucho menos un remedio para las debilidades humanas: es una auténtica vocación sobrenatural. Sacramento grande en Cristo y en la Iglesia, dice San Pablo (Cfr. Eph. V, 32) (…) Signo sagrado que santifica, acción de Jesús, que invade el alma de los que se casan y les invita a seguirle, transformando toda la vida matrimonial en un andar divino en la tierra (Es Cristo que pasa, n.23).

Es sabido que la Encarnación consiste en que Dios se hace hombre en la persona del Verbo, segunda persona de la Santísima Trinidad, con una naturaleza humana compuesta de un alma y un cuerpo humanos, unida a la divinidad, a la naturaleza divina del Verbo, hasta el punto de no hacer con ella sino un solo ser, hasta el punto de que San Juan lleva la audacia de la expresión hasta decir "El Verbo se hizo carne".

Y después de la Redención, la vida divina de la que el cristiano se hace partícipe se extiende en los hombres, impregnando todo su ser, alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, hasta el punto de poder decir, sin cometer error, que el hombre está también divinizado y que su acción resulta acción divina, a la vez que humana.

Ningún sacramento santifica directamente la vida profesional; es la voluntad, acorde con la voluntad de Dios, la que lo hace, pero no en su misma entraña. Pelar patatas es un acto material; se hace sobrenatural por un motivo sobrenatural. El matrimonio, por la fuerza de Cristo contenida en el sacramento, diviniza la unión conyugal. Establece entre los esposos un lazo de unidad que supera lo que la naturaleza puede hacer.

Por otro lado, el matrimonio no sólo santifica un acto humano, es un germen depositado en el alma y que fructifica a lo largo de toda la vida conyugal, animando todos sus actos y sentimientos. Es una presión de Dios sobre los esposos para que sobrenaturalicen su vida conyugal. Dios entra como tercer factor en la intimidad conyugal. Los esposos están unidos a Dios. Unidos a Dios: es un término muy estricto, porque siendo la acción del sacramento una acción divina casi única en el alma de los esposos, y siendo la gracia sacramental una realidad en el alma, se puede decir que los esposos tienen en el alma algo que les une realmente de una manera nueva, y esta realidad unificadora es una acción divina. En las obras de los esposos se debe traslucir el carácter divino de su unión.

El sacramento santifica a los esposos en sus actos espirituales, humanos y carnales. La Iglesia antes insertaba una bendición del lecho matrimonial. El acto matrimonial es santo. El amor matrimonial es santo; no solamente humano.
Es algo completamente distinto el matrimonio cristiano que la institución natural del matrimonio. Los esposos cristianos están comprometidos en una empresa divina, aunque aparentemente todo siga siendo humano, natural, en su unión. En ningún otro caso se observa con mayor fuerza esta ley de lo sobrenatural, de estar lo divino en lo humano; lo divino obra y se manifiesta en las acciones humanas, aparentemente vuelvo a repetir- completamente humanas, incluso las conformes con las leyes de la psicología y hasta con las leyes de la naturaleza física del hombre.

Un inciso: siempre lo sobrenatural se apoyará en lo estrictamente humano. Pero si deja de ser humano ya se ha derruido el cimiento de lo sobrenatural. La falta de amor, su mediocridad, es mediocridad o pérdida de la gracia; el acto conyugal no natural, no es humano -no lo mueve el amor- y no es santo, sino todo lo contrario, destruye la santidad del matrimonio.

Ninguna actividad del hombre es más espontáneamente natural, ni deriva más inmediatamente de la naturaleza, que el amor de los esposos y la comunidad de vida que de él se deriva: eso es lo que Dios transforma por el sacramento. Todas esas acciones simples y cotidianas son santificadas por el sacramento del matrimonio; y el hombre y la mujer se hacen santos en ellas.

No sólo Dios bendice su unión, sino que se introduce en su unión.
El amor se hace medio de salvación. Como el destino de la mayor parte de los hombres está en centrar su vida sobre el amor, el amor humano, con su aspecto afectivo y carnal, la Iglesia sabe que su salvación y su santidad exigen que busquen este amor en el matrimonio.

Así se expresa Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica sobre San José, n.19. El amor de Dios que ha sido derramado en el corazón humano, configura de modo perfecto el amor humano. Este amor de Dios forma también -y de modo muy singular- el amor esponsal de los cónyuges, profundizando en él todo lo que tiene de humanamente digno y bello, lo que lleva el signo del abandono exclusivo, de la alianza de las personas y de la comunión auténtica a ejemplo del Misterio trinitario.

Fundado sobre lo humano. Si el amor está llamado a dominar la vida, a darle su sentido; si el amor es lo más importante de la vida, si es en torno al amor como se organiza la vida, nada más grave que el amor; nada más pernicioso que los desórdenes del amor, pues el amor desordenado no es amor, es egoísmo asfixiante. Nada para combatir el egoísmo, como fomentar el amor, alimentar el amor, custodiar el amor. En esa medida se fomentará, alimentará, custodiará, la gracia sacramental.


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